Cannes (Francia), (EFE).- Carácter único, un buen tema que ayude a traspasar fronteras, capacidad de sacrificio y ambición son los factores requeridos para convertir a un artista en un artista global, a juicio de Íñigo Zabala, el hombre que impulsó la carrera de Alejandro Sanz y que ahora ayuda a impulsar la de Pablo Alborán.
Lo dice como protagonista de una de las ponencias centrales del Mercado Internacional del Disco y la Edición Musical (MIDEM), como director de la división latina para Estados Unidos de Warner Music, así como de las áreas de América Latina, España y Portugal, y como uno de los miembros fundadores del grupo La Unión, en los tiempos de “Lobo hombre en París”.
“Nunca me vi como músico profesional”, señala a Efe sobre su salida del grupo en 1988, para ligarse a la música desde otra perspectiva, la de director artístico en una gran discográfica, puesto desde el que enseguida realizó importantes fichajes y descubrimientos, como los de Presuntos Implicados, Revólver… y Alejandro Sanz.
Enseguida vio que, pese a su juventud, se trataba de alguien “importante, un cambio respecto al prototipo del músico romántico tradicional, con una poesía y mezcla de estilos diferentes”.
La parte de artista que había en él apeló a aquella estrella en ciernes y así logró llevárselo a su terreno.
“Estoy comprometido con lo que yo esperaba que se hiciese con mi música: que se oyese lo máximo posible y que me dejaran libertad creativa”, afirma Zabala, quien ejerce su papel como “amigo, psicólogo, empresario y a veces como padre o hermano”.
Tras el lanzamiento de “Viviendo deprisa” (1991), Sanz se convirtió en un fenómeno. “Teníamos dos fábricas produciendo casetes de forma incansable y no dábamos a basto”, recuerda el directivo, que inició una escalada profesional que le llevó a EE.UU. para dirigir desde allí una porción significativa del negocio.
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