Hace un año que Ingrid cambió la bata de enfermera por la lencería, su uniforme en los clubes de prostitución de Río de Janeiro, pero la expectativa de ganar más dinero se ha frustrado en un Brasil en crisis y unos Juegos Olímpicos vistos con recelo por las trabajadoras del sexo.
En vísperas de la ceremonia inaugural, Ingrid es poco optimista y no cree que la llegada de extranjeros se traduzca en más trabajo.
Al igual que otras muchas “garotas de programa”, Ingrid decidió dejar el club donde trabaja en el centro financiero de Río y se mudará a otra discoteca de Copacabana, el epicentro del turismo de Río y que, durante los Juegos, es la única zona en la que las prostitutas han depositado esperanzas.
El Observatorio de la Prostitución de la Universidad Federal de Río de Janeiro, que trabaja con un centenar de meretrices, estima que, a grandes rasgos, se repetirá el escenario que sucedió en el Mundial de fútbol de Brasil 2014.
Entonces, la clientela extranjera se concentró en Copacabana y quedaron desiertos los burdeles del centro histórico, que son más numerosos, y los de la Villa Mimosa, un sector céntrico cerca del estadio Maracaná donde trabajan cerca de 4 mil prostitutas y que constituye los auténticos bajos fondos del negocio del sexo en Río.
En estos establecimientos, que se nutren de clientes locales y normalmente cuentan con unas instalaciones precarias, con cabinas estrechas sin aire acondicionado y, en ocasiones, sin condiciones básicas de higiene, se puede contratar veinte minutos de sexo a cambio de unos 15 dólares.
El movimiento de clientes bajó en torno al 15 % durante el Mundial, según cálculos del Observatorio de la Prostitución, y ahora, muchos de estos locales de sexo rápido y barato se plantean cerrar sus puertas durante los Juegos.
Según el antropólogo Thaddeus Blanchette, del Observatorio de la Prostitución, algunas de las “garotas de programa” que trabajan en estos burdeles del centro están incluso pensando irse de vacaciones durante los Juegos.
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